7/3/13

HOMOSEXUALES e INÚTILES: El Rumor de la Vida (2)






He sabido que alguien ha dado opiniones sobre el amor entre personas del mismo sexo. Y lo ha hecho -me dicen- de forma insultante para todos aquellos que no pueden procrear, porque -me dicen, insisto- que quien ha dado esas opiniones negativas, se ha basado en el hecho de que dos personas del mismo sexo no pueden tener descendencia. Y, claro, además de los homosexuales -por lo visto tratados como inútiles- hay muchas otras parejas que no pueden procrear; parejas convencionales, formadas por un hombre y una mujer. Parejas que con frecuencia sufren por no poder tener hijos, y luchan por conseguirlo, y merecen respeto. Merecen todo nuestro amor, pues es el amor lo que les une, y lo que les lleva a luchar juntos, a apoyarse, como ocurre con las parejas del mismo sexo, que han decidido hacer frente juntos, a la vida, al dolor y al gozo de vivir.

¿Cuál es el problema?
El amor, fuere como fuere ¿es un problema?
Bueno, sí. Es un problema para los amargados, los homófobos, los que no soportan los gestos del amor. Para esos es un problema muy grave.

Esto me ha hecho pensar y he tomado algunas notas. He recordado que tenía cosas escritas sobre los gestos de la vida, los gestos del amor, en algún cuaderno de esos que pierdo y vuelvo a encontrar, para perderlos otra vez. No he encontrado las notas, pero sí un poema que me envió mi amigo Juan, y que tiene que ver con esas declaraciones contra el amor, o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Es algo sobre dos muchachos que mi amigo vio en el metro. Os lo transcribo. Curioso el título del poema, que dice:

KEVIN AMA A IVÁN
(Metro Retiro Madrid)

Los dos son jóvenes. Muy jóvenes.
Y llenos de deseo. Dos chicos
en el metro, llenos de amor, y deseo. 
Comienzan a acariciarse el amor les apremia
y a buscarse. Los dos son muy jóvenes. Y es
evidente que son el uno para el otro; que
el amor urge impulsa a uno y al otro. 
Los dos son muy jóvenes. ¿Es acaso eso
un problema? Y si lo fuera, ¿en qué lugar
del infierno estaría ese problema? En ninguno. 
Porque no es un problema. Pero en
el vagón del metro casi vacío ¡oh, escándalo
público! hay gente amarga que mira. Los miran
indignados ¿han amado ellos alguna vez?
y murmuran, los despellejan, cuchichean.
Y ellos –los dos son muy jóvenes bien lejos 
de esas miradas,
y de la insidia, acarician –apretándolas
muy fuerte sus manos, por si el amor escapara.

¿Es esto que aquí pone, un problema?
Sería gracioso que uno de esos dos muchachos fuera hijo de alguno de esos tipos de aspecto y verbo amargo.


4/3/13

WERTHER : Breviario de Amor



Hace ya años, le regalé a uno de mis hijos el WERTHER de J.W. Goethe (suelo regalar siempre a la gente los mismos libros: Quijotes, cosas de Shakespeare, poemarios de Ausiàs, Cernudas, Cavafis, y el Werther…) y le recomiendo que haga Vd. lo mismo, que vaya corriendo a una librería y le regale a su hijo o a su hija un Werther.

Nadie que no haya amado intensamente puede entender ese libro. Es momento, pues, de que lo pase Vd. a sus hijos –seguro que ya han amado a alguien intensamente– para que ellos aprendan de Vd. y Vd. de ellos que la vida sin haber amado intensamente es un chiste de mal gusto, que la vida, vivida para “triunfar” es lo más absurdo del mundo; que lo más grande que podemos llevarnos a la tumba es haber amado como locos.

Werther no es el único amador del mundo. Su caso se repite, es un bien común, pues la pasión no es en modo alguno una “invención poética”, como muy bien nos muestra ese libro: la pasión es patrimonio –por fortuna– de los muy cultos y de los sin cultura. Nadie es  tan ignorante –quiero pensarlo así– como para no haber sentido nunca una pasión auténtica. Podría decirse que esa es la verdadera medida del ser humano, y yo no llamaría “ser humano” (perdone Vd. por esta afirmación tan rotunda) a aquel que no haya amado intensamente.

Haga como le digo, se lo ruego: compre mañana ese libro para que lo lean sus hijos. Hágalo urgentemente. Es lo mejor que puede regalarles. Tuve la suerte de crecer junto a unos padres de corta economía –pero de muy larga cultura– que me regalaban libros y teatros de cartón para que yo aprendiera a montarlos. Y hasta recuerdo que mi abuela Delfina (como maestra de escuela que había sido) me obligaba a leer (y lo hacía teniéndome sentado o amarrado, junto a ella) cosas de Goethe y hasta de Tolstoi (siempre la tuve por algo rara) y hoy entiendo el regalo que me hacía con su “exigencia”. Hoy lo entiendo, claro está, porque es ahora cuando puedo entender que estamos obligados a mostrar a nuestros hijos el mundo. Y el mundo es menos mundo sin libros, sin haber amado intensamente como Werther lo hace en su Breviario de amor…


NOTA: “YO SOY EL AUTOR” (Manuel Ángel CONEJERO)




Todo lo que hago yo es que la fotocopia -la que traigo a clase -, vaya a mi cuerpo, si transformo el material que tengo en la mano, si lo asimilo, si lo macero dentro de mí, si lo respiro. Esa fotocopia por sí sola no va a hacer ningún milagro, y actuar es hacer milagros.
 Si lo que tengo en la mano es parte de un libro que he traído –sí, le llaman teatro, que le llamen como quieran–, si está en el libro no es todavía teatro, es pre-texto para el teatro, porque el teatro es un acto escénico. Por eso por un lado se puede estudiar literatura dramática en una universidad, saber mucho de literatura dramática, de textos en el libro. Pero el arte de la representación es un arte distinto. Son especialidades distintas en todas las universidades cultas del mundo. Y en las escuelas de Arte Dramático, antes uno traía la fotocopia, la leía, y de vez en cuando hacía algo con su voz, con su cuerpo.Y no es es
Finalmente, con el tiempo, llegaremos a entender lo que tenemos que hacer. Ya se entendió en el siglo XVII, pero se había olvidado. La gente se puso a leer, a hacer comedias, a leer en el escenario, a decir lo que pone en el libro, a decirlo por decirlo, no a transformarlo, no a transformarse por dentro como actores.... Si no nos transformamos por dentro como actores a partir de la palabra, a partir del verso, no hacemos nada. Y de verdad una palabra puede hacer que me transforme. 
Una palabra, he de respirarla, he de meterla en mi cuerpo, he de invadir mi cuerpo de sueños, de ensoñaciones. Soy un soñador y el sueño del autor solo puede macerarse dentro de mi cuerpo y a partir de ahí, de la palabra, del verso –que es donde se origina– surge el acto escénico, el acto de la interpretación, la representación. En la representación somos necesarios. En el libro, no. En el libro, el autor es el necesario.
 ¿Y en el escenario? Ahí, el autor no cuenta. En el escenario, yo soy protagonista. El autor es protagonista en su libro. Sin mí, no hay autor. Yo soy el autor. Yo hago los milagros, si los hago. De mil maneras voy explicando mi teoría, mi manera de entender esto. Yo hago los milagros, si los hago. Si no los hago, no soy actor. Si no impacto a quien me mira, no hay actuación, ni ceremonia. Si no golpeo al espectador en la cabeza, si no paso de mí a él, no hay milagro, no hay nada.