8/4/13

EL RUMOR DE LA VIDA: "LENGUA MADRE"



Querida amiga mía, cuando a uno le preguntan qué lengua hablas, siempre se quiere decir “cuál es tu lengua madre”. A nadie le preguntan “cuál es tu lengua padre”. Es curioso. Yo acabo de darme cuenta. Vd. se había dado cuenta ya, imagino, porque lo que esto quiere decir es muy elemental. Lo que quiere decir –le guste a quien le guste, o no le guste a quien no le guste– es que vd. es la “depositaria” del idioma, la gerente de la lengua, el lenguaje, los lenguajes (aunque esto último nos llevaría más lejos)… Sí, mi querida amiga, de vd. depende, y no de mí ni de su marido, de vd., que la sociedad cambie. De vd. es el protagonismo y la responsabilidad, porque hacemos lo que hablamos –y decimos que vamos a hacer–, y hablamos lo que hacemos sin hablar lo que tenemos que decir (qué lío, ¿no?)...

Y si vd. amiga querida, educa hijos cultos, tendremos en el país ciudadanos cultos, y si vd. educara –Dios no lo permita– acémilas, tendríamos en el país rebuznos por todas partes. Y si hace a sus hijos tolerantes, pues tendremos ciudadanos no homófobos, no xenófobos y respetuosos con el grave asunto de las violaciones, los asesinatos, los maltratos, que no son sino síntomas de algo profundo, algo que se pierde allá en la oscuridad del lenguaje, y que se llama odio, complejo de inferioridad, mala educación, mala sangre, mala crianza.

Me temo, querida amiga mía, que ya que en este país, todo lo que he antedicho no está incluido en el sistema educativo –cómo es posible que eso ocurra–, me temo, digo, que es Vd. y nadie más, quien se ocupa de asuntos tan graves: ni siquiera el padre –por aquello de que la lengua no se llama “lengua padre”, y por aquello de que el hombre suele perderse en las brumas de la incompetencia en cuanto a hijos se refiere, dedicado como está a los asuntos del deporte, el fútbol en la tele o los asuntos de la ternura, que es una nueva moda que se alimenta y fragua a la diestra de Dios Padre y que antes, amiga del alma, era donde Vd. se encontraba, donde Vd. tenía tiempo para fraguarla.


“Lengua madre”, sí, señora mía, amiga querida. Hasta que sus hijos, cumplidos los treinta –digamos los treinta– pasan a ser asunto del padre, pero siguen hablando “la lengua madre” y ya es tarde. Y el padre ya no sabe qué diccionarios usar, o qué traductores online elegir para entender el bantú –sin ánimo de ofender– que los hijos hablan y que ya no es realmente “Lengua madre” –aunque antes lo fuera– y que ya no es tampoco “lengua Padre", porque nunca lo fue.


Y cómo llamaríamos a esa nueva lengua –ya lejos de su responsabilidad– que algunos hablan y que sirve para llenar –con vocablos equívocos, de doble filo–, llenar, digo, el mundo de miseria, y de miserias: y ahí sí que hemos de lamentar, querida mía, que quienes hacen eso no son solo aquellos que fueron sus hijos, sino también quienes fueron y son hijas.


Qué nombre debería tener el idioma del horror, las palabras del odio: ¿“Lengua Madre”? Es evidente que no. Si acaso, podríamos llamar a esa lengua con la que nos engañan: “Lengua de bastardos”.

NOTAS PARA MIS ACTORES, ACTRICES (2-NUEVA ETAPA): "Prisioneros del texto"


Prisioneros del texto. Así os quiero. Tenéis que quedaros presos, ahí, dentro de un personaje. Prisioneros de un texto. Si somos prisioneros de un texto, no soportaremos no hacerlo, no vivirlo, no interpretarlo. El texto es sabio, como un secuestrador. El texto es seductor e insistente. Es duro, apasionante, cruel y tierno a la vez. El resultado es que nos enamoramos de él. No querremos que nadie venga a salvarnos. ¿Cómo, salvarnos? Llega el “salvador” -siempre un familiar del mundo exterior- y nos dice: ‘Por fin te hemos encontrado, hija, ven’. Y la hija se siente morir porque no quiere irse. O sea, la hija no quiere salir porque se ha enamorado del secuestrador. De nuevo, es el síndrome de Estocolmo.

   Yo no quiero salir del escenario porque me he enamorado del texto, porque es terco, y tiene forma, y su forma -lo noto- es bella. El secuestrador tiene forma, tiene cuerpo y nos enamora. Y el texto también tiene forma, y la forma también nos enamora. La forma produce imágenes... La palabra, pues, es como un cuadro, una imagen; tiene cuerpo, ocupa sitio dentro de mí. Y surge la emoción y me invade. Y se produce una reacción química en mi cuerpo y me transforma; ya no seré jamás la misma persona. Seducido como estoy por el texto, el cuerpo. Pensad siempre y sentidlo, es muy sencillo y divertido, pensad en un secuestrador cuyo cuerpo vemos como divinizado, como si hubiéramos alcanzado lo Absoluto, que eso es un personaje: alguien con quien alcanzamos lo ABSOLUTO.