He sabido que alguien ha dado opiniones sobre el amor entre personas
del mismo sexo. Y lo ha hecho -me dicen- de forma insultante para todos
aquellos que no pueden procrear, porque -me dicen, insisto- que quien ha dado
esas opiniones negativas, se ha basado en el hecho de que dos personas del
mismo sexo no pueden tener descendencia. Y, claro, además de los homosexuales -por lo visto tratados como inútiles- hay muchas otras parejas que no pueden
procrear; parejas convencionales, formadas por un hombre y una mujer. Parejas
que con frecuencia sufren por no poder tener hijos, y luchan por conseguirlo, y
merecen respeto. Merecen todo nuestro amor, pues es el amor lo que les une, y
lo que les lleva a luchar juntos, a apoyarse, como ocurre con las parejas del
mismo sexo, que han decidido hacer frente juntos, a la vida, al dolor y
al gozo de vivir.
¿Cuál es el problema?
El amor, fuere como fuere ¿es un problema?
Bueno, sí. Es un problema para los amargados, los homófobos, los que no soportan los gestos del amor. Para esos es un problema muy grave.
Esto me ha hecho pensar y he tomado algunas notas. He recordado que
tenía cosas escritas sobre los gestos de la vida, los gestos del amor, en algún cuaderno de esos que pierdo y
vuelvo a encontrar, para perderlos otra vez. No he encontrado las notas, pero
sí un poema que me envió mi amigo Juan, y que tiene que ver con esas
declaraciones contra el amor, o el matrimonio entre personas del mismo
sexo. Es algo sobre dos muchachos que mi
amigo vio en el metro. Os lo transcribo. Curioso el título del poema, que dice:
KEVIN AMA A IVÁN
(Metro Retiro Madrid)
Los dos son jóvenes. Muy jóvenes.
Y llenos de deseo. Dos chicos
en el metro, llenos de amor, y deseo.
Comienzan a acariciarse –el amor les apremia–
y a buscarse. Los dos son muy jóvenes. Y es
evidente que son el uno para el otro; que
el amor urge –impulsa– a uno y al otro.
Los dos son muy jóvenes. ¿Es acaso eso
un problema? Y si lo fuera, ¿en qué lugar
del infierno estaría ese problema? En ninguno.
Porque no es un problema. Pero en
el vagón del metro casi vacío –¡oh, escándalo
público!– hay gente amarga que mira. Los miran
indignados –¿han amado ellos alguna vez?–
y murmuran, los despellejan, cuchichean.
Y ellos –los dos son muy jóvenes– bien lejos
de esas miradas,
y de la insidia, acarician –apretándolas
muy fuerte– sus manos, por si el amor escapara.
(Metro Retiro Madrid)
Los dos son jóvenes. Muy jóvenes.
Y llenos de deseo. Dos chicos
en el metro, llenos de amor, y deseo.
Comienzan a acariciarse –el amor les apremia–
y a buscarse. Los dos son muy jóvenes. Y es
evidente que son el uno para el otro; que
el amor urge –impulsa– a uno y al otro.
Los dos son muy jóvenes. ¿Es acaso eso
un problema? Y si lo fuera, ¿en qué lugar
del infierno estaría ese problema? En ninguno.
Porque no es un problema. Pero en
el vagón del metro casi vacío –¡oh, escándalo
público!– hay gente amarga que mira. Los miran
indignados –¿han amado ellos alguna vez?–
y murmuran, los despellejan, cuchichean.
Y ellos –los dos son muy jóvenes– bien lejos
de esas miradas,
y de la insidia, acarician –apretándolas
muy fuerte– sus manos, por si el amor escapara.
¿Es
esto que aquí pone, un problema?
Sería
gracioso que uno de esos dos muchachos fuera hijo de alguno de esos tipos de aspecto y verbo amargo.