21/5/13

El Arte, oh, el Arte...



¿Y qué es el Arte, Maestro?

Es muy evidente que tampoco tengo yo respuesta para esta pregunta.; que no estoy preparado para responder nada cuando me cuestionan –a veces con malicia– sobre la materia. No diré que me ponga yo a temblar, porque tampoco es tan fácil que me ponga yo a temblar, pero sí que me produce preocupación no decir nada que esté a la altura de la pregunta.

Si yo fuera un teórico del Arte (con mayúscula), siempre podría contestar aquello de: “Es necesario un libro entero, un libro muy voluminoso para que yo le conteste a Vd. esa pregunta”, que es lo mismo que no decir nada. Como no es ese mi caso, suelo responder cosas muy sencillas. Cosas muy básicas. Suelo decir tres, cuatro palabras sobre la materia, porque preguntar sobre el Arte es como preguntar sobre Dios, sobre Cristo. Es lo mismo. Si quien pregunta no tiene eso que llamamos “Fe” (con mayúscula), sobran hasta las cuatro palabras que yo uso para explicarlo, da igual cuál sea la respuesta; porque estaremos perdiendo el tiempo. NO vamos a dejar a la persona satisfecha.

¿Estoy diciendo que definir –hablar sobre– lo que el Arte sea, es un asunto de Fe? Si, claro. Eso estoy diciendo. Estoy diciendo que para que una obra, un texto me llegue como Arte, he de creer que entra en mí, me besa, me toca… He de poder creer que una Menina no es una monstrua, enana, espantosa, sino una bendición que me ilumina el alma, y he de creer que produce en mi alma un asombro, y he de creer que esa representación de Velázquez puede hacer que me paralice, que no quiera salir del museo, que quiera quedarme allí para siempre…Y he de poder creer que una “gorda” de Botero es un milagro de Dios, es una inspiración divina, algo que es capaz de producir un choque múltiple de coches al dar la vuelta en Colón (Madrid) al torcer a la izquierda hacia la calle Génova, pues es ahí donde pude dar un día dos vueltas de campana, al toparme con esa figura de bronce salida de las manos de Botero, el escultor colombiano.
Si no tengo Fe –si no creo– en el “texto/caricia”, no podré jamás creer en el Arte. Un día fui a ver el Guernica, y coincidí con un señor que visitaba el cuadro con su hijo pequeño, y le hacía apuntar todo lo que él creía que aquello representaba…  Ese niño me dio algo de pena, porque el padre estaba impidiendo que más tarde, otro día, ya con más edad, ese niño pudiera descubrir el ASOMBRO que produce ver ese cuadro, que pudiera afirmarse en su acto de fe en aquello que Picasso nos ha dejado para admiración de los siglos.

El Arte es la creencia en lo divino –cuando no estoy añadiendo connotaciones religiosas a esa palabra–; es creer en lo que nos TRANSFORMA; creer en la fascinación que puede producir en unos jóvenes protagonistas –o en los ojos de quienes los miren– una escena que tenga cuatro elementos, a saber: una playa/una muchacha o un muchacho/un muchacho o una muchacha y/una mirada. Si tenemos la suerte de ver eso, estamos teniendo la suerte de ver el milagro del amor, el milagro de la fe, el milagro del Arte.

Claro que antes de todo esto, podemos decir –podemos exclamar–: "¡Bah, qué tontería!".

Pero no haría desaparecer el milagro del Arte o el del Amor. Eso liquidaría –desautorizaría inmediatamente– a la pobre persona que lo dijera… Que dijera “¡Bah, tonterias!", delante del David de Miguel Ángel. O "¡Bah,tonterías!", tras escuchar una buena interpretación del concierto número 3 para piano de Rachmaninov. O un poema de Cernuda. O una canción de Jim Morrison. Porque todas esas cosas juntas o por separado son lo Absoluto, son lo que nos diviniza, lo que nos permite seguir vivos. Y eso es el Arte: eso que nos permite a todos seguir vivos.